Descubriendo (y re-descubriendo) a Cri-Crí

Faltaba todavía cerca de una hora para el inicio del espectáculo, pero el interior del Polideportivo de la Universidad Autónoma de Sinaloa se encontraba casi a su máxima capacidad, y el flujo de personas que arribaban al lugar parecía no detenerse. Niños, padres, abuelos; varias generaciones de mazatlecos sentados en gradas de cemento y sillas de plástico, mientras esperaban a que dieran las cinco de la tarde y se oyera esa tercera llamada.

Cuando por fin llegó la hora, el espectáculo no empezó en el escenario, sino en medio del mismo mar de espectadores. Un par de minutos pasados de las cinco, el presentador del evento, Mario Iván Martínez, vestido con una camisa roja y un sombrero del mismo intenso color, comenzó a recorrer, alegre, todo el lugar pasando entre el público que, a cambio, recibió al reconocido actor con sonrisas y aplausos. Una vez en el escenario, Martínez, con una eterna sonrisa en la cara y una energía contagiosa que mantendría durante toda la velada, se inclinó respetuosamente ante su audiencia. El espectáculo estaba por iniciar.

Al comenzar el evento, titulado Descubriendo a Cri-Crí, Martínez no tardó en abandonar el escenario principal que se encontraba frente a la audiencia, en favor de una tarima improvisada en medio del público. Sobre ella se encontraba una colorida caja de madera, cuyos contenidos fueron revelados por nuestro presentador: ¡No era ni más ni menos que el mismísimo Grillito Cantor! O de manera más precisa, una marioneta del mismo. Pero para los asistentes, en gran parte niños, ese detalle no resultaba importante; el espíritu de Francisco Gabilondo Soler se respiraba en el ambiente, alegrando el alma de jóvenes y viejos.

Martínez tomó a su nuevo acompañante y comenzó a dirigirle la palabra, como si estuviera dialogando con el mismo Gabilondo Soler. Entre bromas y chistes cargados con su peculiar humor para toda la familia, el actor agradeció a los asistentes por su presencia y, haciendo referencia al inicio de los eventos de la Felimaz, puso énfasis en la importancia de los libros. Grandes hombres como el que estaba ahí para honrar, dijo Martínez, no son posibles sin la inspiración que encuentran en las obras literarias.

Después de esto, el enérgico presentador comenzó el primero de varios números musicales basados en canciones popularizadas por Francisco Gabilondo Soler en su personaje de Cri-Crí. Siempre seguido por un brillante reflector y alternando frecuentemente entre el escenario principal y su lugar en medio de la audiencia, Martínez, acompañado de otras marionetas que iban desde ratones hasta abuelitas, utilizó su privilegiada voz para compartir con el público sus versiones de éxitos como Los tres cochinitos y La muñeca fea.
De esta manera, el artista continuó estructurando su acto alrededor de la vida y obra del aclamado cantautor mexicano. Esto le dio libertad para no sólo entretener y hacer reír, sino educar un poco a los asistentes. De repente, las luces del escenario se atenuaron. Era noche. Esto trajo consigo referencias no sólo a la magia nocturna, sino también a la no tan conocida pasión por la astronomía de Gabilondo Soler. En esta nueva etapa “nocturna” del espectáculo, Martínez habló sobre la importancia de contar cuentos y de las abuelitas que se encargan de este trabajo tan valioso. Después se dedicó a interpretar canciones como Baile de los muñecos, Fiesta de los zapatos y una versión particularmente conmovedora de El ropero.

Al llegar a la mitad de su acto, Martínez dejó en claro cuál era su misión con todo esto. “Busco llevar a los jóvenes de este país buena música y buena literatura”, dijo el exitoso actor de teatro, cine y televisión. Para esto, le hizo publicidad a su línea de audiolibros, ahora en su volumen 20, donde él mismo lee cuentos clásicos. Antes de retirarse a descansar durante el intermedio, prometió tomarse diez minutos después del espectáculo para firmar la copia de cualquiera que deseara adquirirlo. Entonces, la multitud se propagó hacia los vendedores, habiendo muchos interesados en los audiolibros.

Después de cinco minutos de silencio, el presentador regresó al escenario con la misma energía que al principio. La presentación siguió el mismo formato que en su primera mitad, con Martínez contando historias y haciendo bromas entre números musicales. Mientras tanto, la noche empezaba a caer y el ambiente se notaba más íntimo y más agradable, en gran parte debido a la habilidad del actor para formar un lazo de confianza y conectar en un nivel emocional con su público.

La inauguración oficial de la Felimaz estaba programada para las 6 p.m., pero Martínez se tomó algunos minutos extra en el escenario. Su audiencia aún no quería despedirse. Para cuando terminó con sus emotivas interpretaciones finales de Cochinitos dormilones y El ratón vaquero –con todo y sombrero–, eran 20 minutos pasados de las seis. La luz empezaba a desvanecerse del cielo mazatleco y la oscuridad se comenzaba a filtrar dentro del lugar. “Si lloras cuando pierdes el sol, las lágrimas no te dejarán ver las estrellas. Los años arrugan la piel pero la tristeza arruga el alma”, con esas sabias palabras Martínez se despidió en medio de aplausos, pero cumplió su palabra de quedarse a dar autógrafos por unos cuantos minutos.

Se trató en general de una velada familiar bastante agradable, con el presentador siempre haciendo uso de sus naturales talentos y aún más natural carisma, pero fue durante las interpretaciones de esos clásicos infantiles que el espectáculo se transformó en una experiencia trascendente. En efecto, se trató de un descubrimiento de la obra de Cri-Crí (226 canciones, según Martínez) por parte de los niños a los que aún no les era familiar su música, pero al mismo tiempo era fácil notar en los ojos y las sonrisas de los padres y abuelos un re-descubrimiento de estas canciones con las que crecieron. De repente, en medio de esas bellas melodías compuestas hace ya más de 50 años, las brechas generacionales se desvanecieron por un instante y no quedó más que la música en el aire. El señor Gabilondo Soler hubiera estado orgulloso.

Por Rodolfo Camacho

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