Resulta un tanto complicado tratar de articular de forma breve de qué trata precisamente la historia contada en las 320 páginas de la novela El metal y la escoria, del escritor mexicano Gonzalo Celorio, publicada por Tusquets Editores. Para dar fe de esto, basta con echarle un ojo a la sinopsis oficial que acompaña al libro, y en la cual se describe a la obra como una biografía, autobiografía, relación histórica, crónica, homenaje, saga familiar [y] reflexión metaliteraria. Tal descripción no miente; en el texto es posible encontrar rastros de todos esos géneros, los cuales se entrelazan con gran talento para formar una narrativa que presume una monumental ambición, a la vez que cuenta una historia de naturaleza muy personal para su autor.
Ganadora del Premio Mazatlán de Literatura 2015 (galardón otorgado por el gobierno estatal en conjunto con la UAS), El metal y la escoria cuenta la historia de tres generaciones de la familia del autor, comenzando con su abuelo que emigra desde un pequeño pueblo español allá en el siglo XIX para tener éxito en América, hasta llegar a la actualidad, explorando cómo las acciones de sus antepasados han tenido impacto en la vida de Celorio y sus hermanos. De esta manera, la narración da saltos de un tiempo a otro, de una perspectiva a otra. Así, el autor va contando su propia historia, a la vez que se dispone a reconstruir la memoria perdida de su familia.
“Es una historia de dolor, de decadencia, de degradación, de vicio, de despilfarro”, menciona Celorio en una entrevista. Es debido a eso que este aspecto de su saga familiar era rara vez tocado por las demás personas en su casa, y la razón por la cual se dio a la tarea de investigar y recrear la historia por sí mismo.
Leer El metal y la escoria es como entrar a una habitación en la que nunca se ha estado antes, a la vez que se percibe un aroma que evoca en uno profundos recuerdos de su pasado. La memoria es el tema clave de la obra.
El mismo Gonzalo Celorio ha declarado que la novela es “un género que es muchos géneros, y en mi caso se trata de un exorcismo”. En este caso, el exorcismo es el de recopilar todas estas memorias, mirar al pasado a la cara y darse cuenta de cuántas cadenas llevamos encima que aún conducen a ese pasado. El exorcismo es, también, mirar a la cara de un ser querido que sufre de Alzheimer, y no ver ninguna de esas memorias en sus ojos. Como los libreros vacíos que agracian la portada de la novela, nuestra mente va dejando ir poco a poco esas memorias, perdiendo en el camino nuestra propia identidad.
“Pensé que al desentrañar esa historia podría saber un poco más de mí mismo y explicarme mis más rancios atavismos”, confiesa el autor en cierto punto dentro del texto de la novela.
Los humanos siempre han usado la narrativa para tratar de encontrarle sentido al mundo, y al papel que ellos juegan en el mismo; contar historias es algo que nos viene natural, incluso cuando no somos escritores. En esta obra, Celorio tiene esto presente, utilizando su privilegiada prosa en servicio de una especie de reencuentro; un reencuentro con la historia, con la familia, con lugares y personajes que nunca conoció pero que igual tiene presentes. Un reencuentro con él mismo.
De esta manera, con el contexto completo trazado frente a él, tal vez pueda entender cuál es precisamente su lugar en este todo que llamamos vida. El hecho de que consiga esto, y lo consiga a través de una obra tan poderosa y reveladora, es, a fin de cuentas, su verdadero triunfo.
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